Autoayuda y filosofía
Desde hace algunos años aparece por las librerías un género de libros muy peculiar que, con unos títulos sugerentes, cautivan la atención de los que divagan entre baldas y anaqueles. Estos ejemplares suelen descansar en las estanterías de desarrollo personal, junto a la familia del coaching, la tribu de la psicología o, a veces, el clan del esoterismo. No son nada más ni nada menos que los clásicos libros de autoayuda, aunque esta vez con algo de particular: su gancho es la filosofía.
La literatura de autoayuda, tal y como la conocemos en nuestros días, se originó en EEUU hace casi 200 años. Las jugosas ventas de los grandes gurús del coaching dispararon este tipo de publicaciones por el mundo emprendedor a lo largo de la década de los 90 hasta lo que ha quedado hoy: obras maestras conviviendo con refritos y reelaboraciones amasadas con, digámoslo así, propuestas gustosas de leer e insípidas de contenido. En este sector resulta muy difícil separar la paja del trigo, pero no imposible; ya tendremos ocasión de hablar de esto en otro momento.
El último estrujón para exprimir este campo tan hastiado, y a la vez tan demandado, ha sido el recurso a la filosofía. Y no está mal. Los filósofos de la antigüedad han superado la prueba del tiempo y la lectura de sus obras, todavía, nos suscita los mismos interrogantes atemporales de siempre. Las respuestas que propusieron antaño se alejan del dogmatismo anestésico que un sistema líquido nos pretende ofrecer hoy. Los filósofos antiguos no buscaban trucos…, sino cimientos. Frente a la dictadura del positivismo actual, sabían que «optimizar» al ser humano equivale a deshumanizarle; exigirle ser feliz siempre implica condenarlo a la desesperación. Eso se debe a que aquellos pensadores estaban integralmente comprometidos con la verdad que buscaban… y la hicieron norma de vida. Verdad, creencias y vida apuntaban en la misma dirección y, tal vez por eso y sin necesidad de marketing, fueron considerados maestros de vida.
¿Por qué el éxito de esta nueva literatura de autoayuda? Quizás porque entre los manuscritos de Epicuro se encuentran pistas para la depresión: nos enseña, por ejemplo, a gozar de un tazón de lentejas cocidas. En las cartas de Séneca –por cierto, andaluz– se pueden encontrar indicaciones para la soledad, en los diálogos de Platón recetas para el amor y la amistad o en las andanzas de Sócrates –que no quiso dejar nada por escrito– una guía para la autoestima. Al fin y al cabo, son y serán clásicos. No somos autosuficientes, necesitamos aprender a caminar a lo largo de toda nuestra vida. Leer buenos libros, en palabras de Baltasar Gracián, es «hablar con los muertos»; y posiblemente así, sabiendo, estaremos preparados para enfrentarnos día a día al «mundo de los vivos».
Por Juan Antonio Leyva Martínez