¡Y… DE NUEVO OTOÑO!
Oímos con frecuencia ¡ya ha llegado el otoño! Algunos lo dicen con nostalgia por haber dejado atrás el tiempo de descanso, los ratos en la piscina, los paseos por la playa, los momentos distendidos. Otros, con cierta alegría por volver a la rutina, al orden en sus vidas, por la seguridad y bienestar que proporciona lo conocido. Parece que, de nuevo, tenemos el control del tiempo en “nuestras manos”. Casi todos coincidimos en realizar una asociación inmediata entre otoño y cambios en el paisaje o caída de las hojas que cubren las aceras y parques urbanos por donde, hasta hace poquito cuando paseábamos, buscábamos el consuelo que su sombra nos proporcionaba.
Al escuchar el chasquido que produce pisar estas hojas secas, que ya han perdido su color, su frescura y su aroma; al ver los troncos desnudos, ásperos y agrietados, parece que la vida se escapó de estas plantas amigas, que su valor cayó y se perdió con sus hojas. No obstante, siguiendo el ciclo estacional, dentro de unos meses, volverán a florecer y a dar frutos. Su corazón sigue escondido con una fuerza capaz de transformar. Una vez más, la apariencia puede que nos confunda. Quizás este fenómeno vaya más allá de la lógica de las leyes naturales y quiera recordarnos, una y otra vez, que es necesario desprenderse; es necesario dejar caer aquello que impide que sigamos creciendo, aquello que nos impide dar nuevos frutos.
Se me antoja que es un buen momento este inicio de curso, este nuevo otoño, para buscar, en el silencio exterior e interior, el “corazón que late” dentro de cada uno de nosotros, el corazón del que nacen todos los buenos sentimientos; todo el amor que somos capaces de dar y mostrar; todas las cualidades, dones y cosas buenas que, con mucho cuidado, de forma única, fueron depositadas por nuestro Padre, “Fuente de Vida”, en el momento de nuestra creación, para que, al irradiarlas, al dejarlas crecer, no solo transformen este mundo, nuestra familia, nuestra clase, nuestro grupo de amigos, nuestro barrio… en ese paraíso que todos soñamos y que todos queremos, sino que, también, nos permitan a cada uno seguir creciendo, alcanzar la plenitud y dar sombra y cobijo; es decir, ser felices y hacernos felices. Para eso, dejemos caer y secar las hojas del egoísmo, de las envidias, de la soberbia, del odio, de las mentiras… Así, cuando llegue la primavera, habrán salido nuevos tallos cargados de sonrisas, de perdón, de amistad, de escucha, de fe…
Sí, ha llegado el otoño, tiempo de decidir si queremos ser tronco seco o queremos ser árbol que crece y ofrece frutos que alimentan y ayudan a crecer.
¡Feliz otoño, queridos amigos!
José Juan Lucena Lucena